Draconitas

-Exijo respeto de los humanos, nada más.

El romano lo miró con los ojos vidriosos, producto del fuerte vino que había tomado en casa de sus parientes.

-No eres más que un monstruo feo y hueles a azufre. Sal de mi camino, que tengo que llegar a...

-Le pido que se disculpe, o tendrá que atenerse a las consecuencias.

El romano lo miró de nuevo, tratando de encajar la mirada para poder ver un solo par de ojos y una sola boca en una sola cabeza. Falló, y el esfuerzo lo agotó. Cayó al suelo.

-¿Ves lo que haces? ¿Porqué me empujaste? ¡Déjame pasar! Por Zeus, que eres un estorbo...

-Solo le pedí una moneda de oro para poder pasar. Una tarifa barata, que no he cobrado en muchos años debido a que nadie pasa por aquí. Me parece justo.

-¡Justo! Eres feo como la madre de mi esposa, y pides el mismo lujo. ¡Oro! ¡Cómo si pudiera hacerlo crecer de la tierra!

-Pues te has gastado una buena porción de plata en ese vino griego.

El romano hipó ruidosamente y dijo:

-Cállate y déjame pasar, o te voy a...

Se acercó al monstruo a gatas, pensando todavía que era una visión de su mente emborrachada. El dragón lo miró con asco.

-Esto es el colmo. Te comería, pero sería demasiado bajo para mí. En todos mis siglos nunca me he sentido más insultado.

Levantó vuelo de un salto, con furia en los ojos.

-¡Vete! Mañana, apenas despierte, liberaré toda mi furia sobre este pueblo en el que vives.

El romano le hizo un gesto obsceno y se dirigió a su casa de descanso en Pompeya, pensando en aguas termales para relajarse y olvidar el incidente.


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