La bifurcación


Es inútil preguntar por los detalles; como en todo sueño, los hay muy personales, que no conviene revelar por diversos motivos. Baste decir que era ahora mucho más joven, lo suficiente como para ser alumno de un colegio secundario, pero mis compañeros y compañeras parecían tratarme como algo más que un colegial. Como si tuviera más edad, o más autoridad; no lo sé.

Estuve ahí un tiempo borroso hasta que, ya terminadas mis obligaciones, ayudé a un compañero a resolver un problema en un gran salón. Había que limpiar y acomodar; más que un castigo era una tarea asignada, por lo que se podía compartir. Una vez terminado aquello, nos preparamos para irnos; entonces apareció una compañera que también estaba de salida, a quien decidí acompañar.

Salimos del salón y de pronto el edificio estaba, de nuevo, muy animado; antes había parecido casi vacío. Ahora entiendo por qué fue así, pero no lo explicaré aquí.

Lo siguiente es que estábamos en las calles, y luego de alguna charla, llegamos a una enorme plaza, cortada por una gran iglesia de paredes blancas, separadas del espacio público por una reja verde. Al pasar junto a la misma, y esquivar a un par de personas, ella se encaminó hacia la puerta, como cosa de todos los días. Estuve a punto de preguntar, pero como sucede a veces, los sueños lo explican todo a base de recuerdos que no hemos vivido. “Ya veo que la familia tiene plata”, me dije, como aseverando un hecho ya conocido previamente, tan cierto como el sol y la luna. Recordé su apellido, nada sobresaliente, y rastreé una genealogía inexistente. La saludé mientras abría la puerta de reja y caminaba por la galería en sombras que separaba otros edificios, también blancos, del eclesiástico; aquél había sido el centro de fundación de la ciudad, y evidentemente su familia debía ser muy importante. ¿Cómo sería vivir en un lugar así, rodeado de historia, dinero y prestigio? Unos carteles daban información sobre la historia del lugar, sus dueños y la orden que había fundado la iglesia, pero no les hice mucho caso; eran datos ya conocidos.

Seguí caminando, pensando en nuestra conversación previa, y tuve ecos de recuerdos al llegar a una de las esquinas de la plaza; ecos que me hablaban, creo yo, de otro sueño, pero en ese momento no lo comprendí. Me ubiqué a las apuradas, pensando en otras cosas, como cuando nos preocupa el que no nos alcance el dinero a fin de mes o cosas así, y todo lo demás se vuelve borroso por innecesario.

Tal vez por eso sucedió todo. A las pocas cuadras (o a los varios kilómetros, no lo sé, porque en el sueño nada nos impide la hazaña) me crucé con un improvisado bar, lleno de personas comiendo y tomando en la vereda. Al pasar, saludé a un amigo, que me ubicó con la mirada justo antes de que yo pasara de largo. Entendí que debía haber allí otras personas conocidas; por los retazos de conversación que había escuchado, estaban preparando un partido de fútbol. Pero en mi apuro, no me volví a mirar.

En la siguiente cuadra apareció el problema. De pronto, un descampado, y la promesa de un barrio poco amistoso con los desconocidos. Leí el nombre de una calle, que también era el de una persona con doble apellido, como Goiriz Mieres o algo así. No estoy seguro; estar perdido en un lugar que uno no conoce es un miedo paralizante.

Solo atiné a sacar mi celular del bolsillo, para buscar un mapa, pero lo encontré vacío. Entonces me llevé las manos a la cabeza; mi compañero seguramente lo había puesto dentro de mi mochila... y ahora no la tenía. La habíamos olvidado en el colegio, y hoy era viernes. De pronto entendí por qué mi espalda estaba tan liviana... Fue como despertar de un sueño. Lo peor fue comprender que no la volvería a ver hasta el lunes... era un verdadero desastre.

Pensé en seguir adelante; algo me decía que mi casa estaba cerca, pero tal vez por eso también sabía que el peligro era cierto. Así que tragué algo de orgullo y volví; en la reunión seguramente alguien me preguntaría por qué lo hacía si recién había pasado en otra dirección, pero yo inventaría una excusa, saludaría a todos y seguiría, remontando el camino ya hecho y tratando de orientarme de la mejor manera posible.

Mis temores fueron infundados; saludé a otro gran amigo, como si no tuviera tiempo, y seguí de largo. Nadie más se preocupó por mis idas y venidas.

Repetí entonces los pasos sobre calles que tampoco recordaba. Al regresar desde la esquina de Goiriz Mieres, había pasado ya delante de una casa con la fachada retirada de la vereda, con una puerta blanca (la vi de reojo, como deseando entrar, pero sabiendo bien que no tenía tiempo para hacerlo), que yo supe, como una puntada en mi cerebro, que era la puerta de un pasaje. No recuerdo ahora el nombre, pero estaba puesto en un cartel de la imposible esquina, que ni vereda tenía, al ser un simple pasillo.

Pero más adelante me encontré con la bifurcación. Llegué a una enorme casa, con una fachada de esas altas, con ventanas en arco y líneas rectas dibujadas en el revoque, paralelas al piso y que se desvían y generan ciertos ángulos al llegar a los arcos de las ventanas. Sobre esos dibujos geométricos había frisos con bajorrelieves muy ornamentados, con volutas y flores. Coronaba todo una enorme enredadera, medio seca, medio florecida.

La casa en cuestión, alta, imponente pero no demasido orgullosa, me llegó como un enorme eco de muchas que ya había observado. Pero la cuestión central era que cortaba de cuajo la calle que yo estaba transitando. Un pequeño cartelito azul, enlozado, con letras blancas, tenía el número a una altura imposible; decía “829”, pero era tan pequeño y estaba tan alto que era difícil ver a cifra, y ahora mismo no sé si ese número es más un invento de mi mente que una realidad. Lo cierto es que, para mayor complicación, la calle se dividía a su vez. A la izquierda había otro cartel similar, pero ubicado más abajo, que decía algo así como “Gunnard”, que me sonó a apellido noruego o algo así. A la derecha, se leía claramente “Ámbar”.

Dudé apenas unos segundos y fui hacia la calle de la izquierda.

Al hacerlo, un grupo de personas me saludó irónicamente; “ahora pasa pero no saluda”, dijeron, o algo por el estilo, que no terminé de escuchar palabra por palabra. De nuevo apurado, buscando la salida, levanté la vista y reconocí a un amigo de toda la vida, pero que aparentemente también tenía mi escasa edad en ese mundo extraño. Junto a él había varias chicas, también muy jóvenes; hice de cuenta que las conocía, pero la chispa de reconocimiento que apareció en mi cerebro no fue suficiente como para ubicar nombres. Creí ver, más bien, máscaras de personas conocidas, hace tiempo, tal vez en otras décadas... Pero después del chispazo, nada.

Ellas me miraron con rostro seco, como desconfiando, y dijeron poco y nada, como sabiendo que mentía. Conversé apenas unas palabras, me disculpé por la descortesía, y seguí por la calle Gunnard, o como fuera que se llamara.

Solo entonces desperté.

Solo entonces me di cuenta de que viví en ese sueño.

Es temprano y, a diferencia de otros sueños, decidí escribirlo inmediatamente, primero en mi mente, luego aquí. No quiero que se vaya ninguna palabra, ninguna sutileza, ningún detalle.

Me alivia el no tener que enfrentarme al problema central de la historia, pero de pronto recuerdo.

Recuerdo que esa sensación, después de visitar la plaza, ya estuvo en otro sueño. Estuve en una esquina de esa misma plaza, caminé por ella saliendo hacia otra parte. El eco que me llegó podría haberme ayudado a orientarme, evitando que luego me perdiera.

Recuerdo que ya estuve, sueños atrás, en un pasaje que derivaba en pasillos internos de casas de familias, saludando a los habitantes tímidamente en el living o en el comerdo para poder pasar al otro lado de la manzana; pasaje en donde uno salía por la puerta de una casa, pero esta vez a una vereda amplia, casi totalmente cubierta de césped perfectamente cortado.

Existen esos pasajes, y esa plaza, en la misma ciudad. Y existe esa escuela, y esa iglesia...

Yo solo estoy de paso, y tal vez por eso, nadie se preocupa mucho si no los saludo, y tal vez por eso, en el colegio, me tratan de otra manera.

Solo soy un visitante.

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